lunes, 15 de septiembre de 2025

La Experiencia Interior en Georges Bataille

La Experiencia Interior en Georges Bataille 


Georges Bataille escribió La experiencia interior a mitad de la Segunda Guerra Mundial, en 1943. Con El culpable (1944) y Sobre Nietzsche (1945) forma la Suma Ateológica. En la suma —un género filósfico medieval— hay una identificación entre fe y razón. Es un conjunto de obras que responden a preocupaciones filosóficas y teológicas; sin embargo, para Bataille, se trata de un ejercicio que acontece desde la ateología. En este sentido, La Suma Ateológica es un testimonio de la experiencia de lo sagrado fuera del orden religioso.

 Este texto surge de mi primera lectura sobre La Experiencia Interior. 

Tras la muerte de Dios, el fondo del pensamiento de Bataille tiene la preocupación de cómo acontece lo sagrado en el mundo contemporáneo. 

Bataille se enfrenta a la excesiva confianza de la modernidad en la razón, de manera que surge en él un deseo de arrojo, de desprogramación de la subjetividad. En este sentido, una experiencia que atente contra la idea del sujeto sólo tiene cabida en el terreno de lo imposible. De este modo, lo imposible amenaza al reino de la homogeneidad moderna. 

El éx-tasis es la salida del sujeto de sí mismo: ex-periencia. 

La experiencia tiene su valor en sí misma. La experiencia es la única autoridad de sí misma, es siempre soberana. En el territorio de la soberanía no hay dueño.

 El abismo de la mística apunta a otro tipo de configuración ontológica. 

Si el lenguaje construye al mundo y con ese mundo al sujeto, la experiencia de lo imposible los deshace. Si la experiencia constituida en la subjetividad pertenece al lenguaje, la experiencia interior se encuentra fuera del lenguaje. No puede ser capturada por el lenguaje, el místico no puede dar más que vestigios de dicha experiencia, si acaso da cuenta de ella sólo puede ser por medio de balbuceos.

La escritura de Bataille es éste balbuceo. 

La manera en la que da cuenta de ello es por medio de la resignificación de términos religiosos. La experiencia no revela nada, no tiene sentido mas que en la revelación de un Dios sin forma y sin modo. Para Bataille, Dios es un término sin referencia puntual, es producto de la apropiación del lenguaje religioso. Así, Dios es la figura de lo imposible como aquello que no nos pertenece. 

La experiencia interior es una experiencia desnuda, soberana. Bataille reporta la inmanencia de estar comunicado con el mundo: continuidad. La experiencia de la continuidad rompe con la lógica del mundo profano, por lo que es sagrada.

miércoles, 10 de septiembre de 2025

LOS JUEGOS DE PALABRAS


Es poco recordada la afición de la religión órfica por los juegos de palabras. Juegos fónicos o gráficos que
evocan una relación conceptual diversa de la aparente, que se supone reside en una realidad mistérica, profunda, que sólo el iniciado advierte
La fórmula σῶμα-σῆμα popularizada por Platón (Fdr. 250e, Cra. 400c y Grg. 493a) no sólo es la más conocida sino también la que mejor representa al orfismo. En ella se sintetiza
un principio fundamental de su doctrina: la idea de que el alma se encuentra sepultada en el cuerpo, cumpliendo castigo por una culpa primordial, como si hubiera sido condenada a muerte. Lo que llamamos <<vida>> no es tal, sino que en realidad es <<muerte del alma>>.
Imagino ejercicios análogos en la comunidad acéfala. Imagino aunque el secreto, al igual que para los seguidores de Orfeo, no permaneció inviolado. Una ceremonia inacabada: la súplica nocturna de ser degollado; exigencia incumplida, desobedecida, si tenemos en cuenta que no es otro que el fundador de la sociedad secreta quien debe ser sacrificado. Una ceremonia inacabada y poco más: no estrechar manos antisemitas, conmemorar la ejecución de Louis XVI en la place de la Concorde 
-"es justamente el lugar donde debe anunciarse y gritarse la muerte de Dios porque el obelisco es su negación más tranquila"-, 
algunos hábitos culinarios, un ritual de traslado hasta el sanctum sanctorum, un árbol fulminado, y el silencio:
“La recomendación era: ¡Meditáis, pero en secreto! ¡Jamás deberéis decir a nadie lo que habéis sentido o pensado!”

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Participo, no exento de la reglamentaria <<avidez pueril>> de la comunidad con un juego, una fórmula: cima-sima. 


Fulgurar como estrella. Encumbrarse. Remontar “con gran esfuerzo, agotado, pendientes vertiginosas”. Todo esto implica al mismo tiempo algo no distinto al hundimiento en EL FONDO DE LOS MUNDOS; al hundimiento en aquello que no es Dios –ni la posibilidad mística de encuentro con– sino su imposibilidad; la imposibilidad de su sustanciación: de enunciarlo como acabamiento del mundo, del <<ser>> si se prefiere; de enunciarlo como verdad; de enunciarlo…–.

SIMA-CIMA: <<gastos ruinosos>>: erotismo, suplicio y risa; son lo que las llaves al cerrojo del éxtasis. 

CIMA-SIMA: inestabilidad, desequilibrio y vértigo; "sólo un pueblo podría soportarlo".

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Invoco dos cultos mutuamente excluyentes. Los órficos, junto a los pitagóricos, son las primeras expresiones de religiones soteriológicas en Grecia antigua. Antes de su surgimiento, el griego se convertía en sombra después de la muerte. Luego, para borrarse una mácula, el alma inmortal exigió prácticas ascéticas, purificaciones a través del cuerpo. Nada que aleje más de la cumbre: el error y la miseria de Dios, de los Dioses, de las religiones, es el φαρμακός, la cura. No se cura del mundo, de la vida (<<muerte del alma>>); no hay cura del FONDO DE LOS MUNDOS. Aun si el φαρμακός no es otro que el cuerpo mismo, ascesis sacrificial –herida–, éste se consagraría a un dios acabado. 

¿Es Zagreo, el niño cornudo, el tres veces nacido, un dios acabado? No lo es, en todo caso, cuando sus restos yacen fulminados –como aquel árbol– junto a los de los titanes, sus asesinos; mezclados, sucios, corruptos, malditos e incompletos.


Vida-muerte-vida 
Verdad
Dio(niso), órficos.

martes, 9 de septiembre de 2025

“EN VERDAD SOY ACTUADO”

 “EN VERDAD SOY ACTUADO”

 

“Mañana mismo… ¡Oh, si fuese posible marchar mañana! Es preciso convertirse en un hombre nuevo, resurgir. Quiero demostrarles… Polina sabrá que aún puedo volver a ser un hombre. Basta para esto. Hoy es demasiado tarde, pero mañana… Tengo una corazonada. ¡No puede fallar! ¡Me quedan quince luises y empecé a jugar con quince florines! Si al principio se juega con prudencia… ¿Seré un chiquillo? ¿Es posible? […] ¿Y si yo ahora perdiese los ánimos y no me atreviera a tomar nuevas decisiones?  ¡No, no; mañana…! ¡Mañana todo habrá concluido!”

El jugador (trad. R. Ledesma). Fiódor Dostoyevski

 

¿Qué hacer con la última moneda (o fuerza)? Se puede seguir apostando para recuperar lo perdido y luego tener más chances de apostar más; o, también, reservarla. Para Alexéi la ruleta lo condeno a prisión por deudas y el quiebre con su familia (Polina) que esperan su recuperación de la desgracia, pero este promete que la filiación a la apuesta es momentánea: al final su razón no es el dinero, sino es el constante o experiencia de juego. Su última moneda, seguramente, será puesta en juego para que el extásis emerja con intensidad: “Creí morir de alegría al cobrar ciento setenta y cinco florines. No me alegré tanto el día en que gané cien mil.”. La apuesta o, más bien, el apostar es una acumulación no de dinero, sino de (re)destrucción donde en algún momento llegará la hora de ser un nuevo hombre.

Aunque, esta ‘re-novedad’ no puede tener una finalidad o si se quiere un telos debido al vértigo de la ruleta, por ese motivo prefiero llamar este movimiento una destrucción. Con la ‘ludopatía’ no se va a ningún lado mas que a las vueltas; pero sí desprende un saber similar a lo llamado “divinidad”, esto es: el ‘azar’, los ‘pantalones amarillos (de la suerte)’ o la ‘numerología’, etcétera, son lo que justifica y rige el apostar, aunque son tan efímeros como el juego, ya que mañana pueden ser los ‘zapatos rotos’ que den consistencia a la destrucción (o al juego) – se abre la superstición. Son apariencias de saber, al final no se sabe dónde caerá la bola; solo sabemos cuando lo hace porque se siente. La experiencia de la ruleta siempre sobrepasa a sus materiales, ¿cómo esa bolita puede determinar mi deseo? ¿qué esta verdaderamente en juego? No es solo el dinero o el orgullo debe ser más que ello… puede ser pues la apertura de ‘lo último’ aquello que nos sobrepasa, es decir, la clarividencia del absurdo juego de los zapatos rotos y pantalones amarillos. Creía morir de alegría de no haber hecho mañana. 

 


El Suplicio del Suicida

 El Suplicio del Suicida

Hay sentimientos y emociones límites que nos colocan en un callejón, el cual poco a poco nos va cerrando, un callejón donde todo lo posible se agota y se nos va entre las manos… Sentimos la respiración crispada, nuestra carne encogida y el pensamiento reducido al vacío… Este callejón no anuncia nada, se consuma en sí mismo y se experimenta como un suplicio… Suplicantes y con angustia, vemos al cielo y al momento de buscar una respuesta nos encontramos con un profundo blanco vacío y es ahí donde la obra Decimocuarta estación (¿Por qué me has abandonado) de Barnett Newman cobra todo el sentido, al ver al cielo nos encontramos con la nada, con la soledad completa y nos damos cuenta que no hay nada que nos pueda sacar de esta angustia más que nosotros mismos.

Decimocuarta Estación (¿Por qué me has abandonado?), 1965-1966. Barnett Newman.


De allí comienza este impulso suicida, como una figura de ese sentimiento desbordante, una forma en la que el cuerpo pide romper para parirse nuevamente. 


El sobreviviente a este impulso se reconoce como el culpable, el culpable de seguir vivo, de seguir respirando mientras otros mueren, el exceso persiste en esta idea de continuar. El pensamiento se tiñe de vergüenza, como si cada palabra cargara con el peso de un crimen silencioso… El exceso no se reduce al éxtasis, se incluye la vergüenza de ocupar un lugar y de sostener la vida como un gasto injustificable.


En esta mezcolanza de sensaciones nos encontramos con lo abyecto, que  es lo que entendemos como la herida, la podredumbre y la fragilidad insoportable de la carne que puede quebrarse en cualquier momento. Lo abyecto nos repugna, pero también atrae porque nos obliga a mirar de frente lo que quisiéramos ocultar, como cuando miramos cualquier obra de Günter Brus, donde el artista utiliza su propio cuerpo como lienzo para mostrar lo grotesco, expiarse y causarnos sensaciones. En esa visión se abre un temblor, porque en medio de la descomposición también fulgura lo bello… lo bello aquí no es proporción ni serenidad, es un resplandor que se enciende en el horror, un instante de intensidad que arranca lágrimas y risa. Lo bello y lo abyecto se entrelazan empujándonos hasta el borde.

Registro de Autopintura, 1965. Günter Brus.


La risa nos revela ese borde con crudeza, abre un abismo y arrastra consigo al yo y lo confunde con el viento destructor que no deja nada en pie. Reír es reconocerse cómplice de la ruina, ver lo que ha pasado y tener aquella risa nerviosa de no poder hacer más, confluye en este espacio con la culpa, ambas muestran la imposibilidad de sostener la vida en términos de sentido.


A pesar de todo este desastre que hemos observado, nos encontramos con una dulzura… una dulzura mínima, banal y como si fuera un respiro inesperado en medio de la asfixia. Nos enseña que incluso en el suplicio hay instantes de alivio y que esos instantes son tan terribles como la angustia misma.

Y es después de esa dulzura donde emergen los ganchos. Son fuerzas mínimas, casi invisibles, que hacen que permanezcamos aquí. No tienen la forma de una revelación ni de una verdad, sino de restos, como una voz que recordamos, un gesto inesperado, un cuerpo cercano incluso la banalidad de lo cotidiano que nos amarra con suavidad y violencia al mismo tiempo. Los ganchos son lo que transforma la ideación suicida en un pensamiento y no en un acto, son los clavos invisibles que nos sujetan la existencia al borde del abismo. No salvan, pero sostienen. No iluminan, pero atan. Y en esa atadura hay algo insoportable y al mismo tiempo vital… gracias a ellos seguimos aquí.


Pensar la vida desde el exceso, desde un límite, desde la herida que confiesa su culpa y desde el callejón que dramatiza lo imposible. Allí la existencia se percibe como un gasto sin fin, un sacrificio sin altar y especialmente una belleza que nace desde la podredumbre.

El suicidio, la culpa, la risa y la dulzura son figuras de un mismo temblor que Bataille nos plantea en las páginas de El Culpable y de La Experiencia Interior.

Ese temblor no se traduce en doctrina. No se enseña y no se predica, si no que contagia como un clima. La angustia de quien respira en el callejón, la vergüenza de quien confiesa su culpa, la carcajada rota de quien se percibe cómplice de su ruina, la dulzura inesperada que aligera el suplicio: todos estos gestos transmiten un silencio que se expande.

Ese silencio no es vacío, es exceso.

Dejarse guiar por estas experiencias no es buscar claridad. Es aprender a sostener la herida, a reconocer que lo humano no se define sólo por el sentido, sino por su relación con lo insoportable. No se trata de buscar un más allá ni una redención. Se trata de confrontar el exceso, de percibir la existencia como sacrificio sin altar, como gasto insoportable y como temblor que arrasa.


Largas noches

Me aqueja una amarga claridad cuando se acerca la insipidez del día. El amanecer brota como un primer crimen, los tonos rosaceos que solo emanan para deshacerse en el naranja y amarillo me difícultan cualquier camino, cualquier amor mío por el mundo dormita durante el día. 
Me deslizó suavemente hacia una meditación de lo trágico, me entregó a imágenes terribles, me llevan olas de pasiones suicidas y solo en ellas se forma la imagen de un suave corte, de una muñeca quebrada, de un suave golpe que inicia una nube de violeta y rojo en mi nuca, de una nada oculta.Más allá de lo eterno, me hundo en mi propio abismo, me concentro en las sensaciones, en el arma, en el acto y todos sus detalles, la muerte aparece como un lujo que no puedo gozar, no hay deleites en esas imágenes, no hay gozo desenfrenado, frente a este hecho escojo ver de nuevo al día.
Lo que antes era la suma de pulsos solares, de ráfagas inclementes es ahora más ameno, no una noche que muere sino un exceso de maravillas que me arrancan los ojos y reclaman mis órbitas, mi nervio óptico me conduce a la majestad del día. No hay dios que valga la pena evocar cuando el amanecer se siente así, cuando encontramos los jardines salvajes de una vida sin apoligias, los encontramos por las mil entradas que marcan el silencio, la voz herida y la muerte. Mi experiencia interior, el punto donde he encontrado al mal es en esa aurora prohibida en la que la palabra eternidad nada significa.

Segunda parte;

Contra las noches largas, las habitaciones vacías.

Escenario;
Una habitación oscura, con líneas blancas en el piso. Dos voces de encuentran 

Ático; Ciertamente, las pretensiones que nos permitimos externar o las palabras de desesperación cuyo sentido agudo y punzante se extienden a tantos momentos de la experiencia y a situaciones tan dispares que palidecen. Cubren tanto y tan poco.Como gesto lírico valen si el lector, si el escucha, se encuentra en un mismo registro, en una misma dislocación de afectos y sentidos. Aferrarse a ellas como si se tratarán de gestos del alma que marcan a nuestra sensibilidad es algo valedero solo para las meditaciones nocturna. Claudican en contacto con la soledad del lector y fenecen como desgarramiento, son casi clichés en la expresión de la soledad cómo herida a nivel de la existencia.
Virbio; El peso lírico de tales expresiones, el acento que las marca como tales no se vale de la traducción de experiencia a experiencia, entender a la desesperación y a sus expresiones como un siempre arranque sin importancia en su transmisión sería la peor necedad. No hay traducción sin verdad, la realidad de lo lírico, de lo tajantemente desgarrador es la nulidad de inteleccion en su significado, la mente procesa términos pero en plena confusión por el medio de expresión y la expresión misma ocurre una libre asociación, la magia se impone como un hecho ligado a lo trágico, lo trágico es en la lectura el saberse íntimo de lo escrito y a la vez alejado.
Át; Moverse en paradojas tiene todo el sentido si se oculta lo real. Lo que ocurre en los hechos de la comunicación de lo incomunicable puede ser dicho solo en sinsentidos(Dicho con ironía e irritación) podemos soltar jerga de francés y repetir lo dicho por tantos y se sostendría lo que empezamos diciendo, cualquiera de las sensacione es ínfima, cualquier sensibilidad como la razón llevada a la crisis se cierra a lo incomunicable.
Vir; No, el religioso que dio pie a está conversación - gracias a las palabras de un compañero religioso, un hijo del Alva- tuvo razón, las palabras de la ausencia, de la desesperación, caen en lo prohibido, la razón como sensibilidad se reduce a una facultad que pone en juego analogías y otras nimiedades, el cambio real llega al percatarse de lo que es inexpresable, cuánto la lírica expresa deja más sin decir, es en este hecho en el que se comunica lo incomunicable.
Át; ¿Quién podrá entendernos?
Vir;¿Quién quisiera entendernos? 
Át; Dos voces en un escenario vacío habitantes de una página.
Vir; Murmullos suplicantes del olvidó...
Fin.






Primer escrito.

Durante el tiempo que llevo de cursar la carrera de filosofía, pocas veces me he llenado de una sensación de vacío tan profunda como con Bataille. Creo firmemente que existen razones en el mundo, ya sea místicas o motivadas por el subconsciente de cierta forma que algo nos lleva directamente hacía los conocimientos que debemos tener, pareciera que existe alguien detrás de la escena imaginaria de mi vida y de vez en cuando me dice "hey, toma, lee esto" y por alguna razón todo encaja en el momento en el que tiene que hacerlo y así me sentí con La experiencia interior.
Toda mi vida he tenido cuestionamientos acerca de Dios, creo que todos tenemos en cierta medida esa preocupación metida en la cabeza, no es para menos, crecimos rodeados de ritos católicos, figuras religiosas y morales aplastantes que desde la primera etapa de vida nos mantienen atrapados en la idea de ese ser todopoderoso que nos castigará o nos recompensará dependiendo de nuestra conducta. Yo tuve una formación muy religiosa, en cierta forma era una manera de lidiar con el aburrimiento y encontrar en la religión una especie de placebo para una enfermedad que no expresaba ningún síntoma, pero con el tiempo se volvió insatisfactoria, por un lado las contradicciones entre los escritos bíblicos y por el otro la doble moral de los creyentes, que no responde realmente a la satisfacción de la necesidad espiritual, sino a la esa idea conservadora, estricta y cuadrada que se ha resistido a desaparecer desde hace décadas o tal vez siglos, me refiero a todas esas personas que se sentaban hasta en frente de la iglesia todos los sábados, gente de cincuenta o más años que claramente buscaban algo en la religión, pero seguro que no era a Dios porque en realidad no sabían nada o casi nada de lo que oían o leían de la misa cada semana y que muy seguramente eran personas detestables en sus vidas diarias, todo esto me puso a pensar en como las personas de mi generación vemos a la experiencia espiritual, a pesar de lo que pienso de la institución de la iglesia de cualquier religión, creo que el opuesto extremo, el del cientificismo más arraigado, no constituye una buena alternativa, conozco a un par de compañeros que recurrieron a una carrera en ciencias bajo esta premisa de huir de lo que ellos consideraban "sin sentido", aún así nos noto a todos muy perdidos, siempre buscando un propósito y agarrando el primero que tengamos disponible a la mano, temerosos de la muerte y del sufrimiento, alejados de lo que podría ser una verdadera experiencia interior. 
El texto de Bataille fue escrito en un momento en el que la comunicación era completamente diferente, ahora pareciera que el internet nos ha unido en todo sentido, a era de la globalización ha ampliado la experiencia de lo colectivo, pero aún con todo eso se siente una profunda sensación de desconexión, sobre todo después de la pandemia pareciera que es mas difícil crear esas conexiones, al menos yo me he sentido así, como si fuera mas complicado entablar una conversación con alguien, aunque solo sea para algo tan casual como pedir una tarea o preguntar donde está un salón que no conoces, tal vez sea parte de crecer, pero aun así eso en cierta medida afecta la experiencia general de como se percibe el conocimiento ,de como vivimos los espacios que habitamos, en donde ya no vemos compañeros sino extraños, cada quien en su mundo individual, cada uno parte de su propio océano personal.
Algo en Bataille me hizo pensar en Dr. Manhattan de la novela grafica de Watchmen, el hombre que alcanza el poder de Dios pero al coste de eliminar su experiencia humana, que puede saber todo y ver todo, pero que se inutiliza a si mismo, desconectado de la moral y el afecto, solo a la deriva del tiempo presente, en cierta forma el es ese océano que describe Bataille con referencia a Nitche, ya no está atrapado en ningún proyecto humano sino en una totalidad, vive desnudo literalmente, decide tomar forma humana pero su piel es azul, cercano a lo humano pero al mismo tiempo se excluye de el, usa a las mujeres únicamente como objeto para su deseo y como única forma de conexión humana pero incluso el, al confrontar a Laurie, al final logra encontrar ese ligero atisbo de la experiencia interior, al encontrarse con la improbabilidad milagrosa de la vida, ahí se encuentra con el vértigo de lo imposible, el Dr. Manhattan muestra al hombre que perdió su humanidad la perderse completamente en el todo.
 

jueves, 4 de septiembre de 2025

Descartes, Lacan, fantasmas, razón y detrito

Después de haber hablado sobre Descartes, Lacan, la subjetividad racional moderna y la noción de detrito, fue muy simpático encontrarme esto en una reseña que estaba leyendo:

For Lacan, this Cartesian procedure is nothing less than the structure of alienation. In his early reading, the cogito appeared as the reverse side of the unconscious; later, in La logique du fantasme, Lacan reversed himself and claimed that the cogito is the unconscious. Descartes establishes being by “throwing thought in the waste bin”: treating thought as refuse, a detritus to be expelled so that pure being may emerge. Yet what is expelled does not vanish without a trace; it persists as the unconscious, the remainder of thinking that continues precisely where I am not.

Fuente: https://substack.com/home/post/p-172659049

 

Apunte sobre la muerte de Antígona y Bataille

  Apunte sobre la muerte de Antígona y Bataille   Nikiphoros Lytras. Antigona frente a Polinices. (1865)   Permanecimos así hasta que el...